martes, 20 de septiembre de 2011

Gelindo Casasola y la poética de la revelación.



La Vigilia

He soñado con prados amplísimos
donde el deseo ya no esté.
¿Soy yo acaso esa ilusión
que pienso? Enrarecido entre las
amapolas y entregado a la belleza
de las imágenes que estallan
bajo un cielo tranquilo.

Los deseos antes eran sencillos.
O tal vez más complicados
pero es difícil saberlo.
Nada sé ahora, únicamente miro
las nubes.

Hay poetas de extraña versatilidad
para la mentira. Yo miento
la verdad. Ella se presta a los juegos
de las formas y a la desolación
de la vida en un día tranquilo.
En realidad todos los días son
tranquilos. Me admiro de mi indiferencia
ante la dificultad de las cosas
pero las cosas son difíciles
sólo en apariencia. No deseo
ya.

Los deseos son más preciosos cuando
no pueden cumplirse. Son
como el agua fría. Como
el hielo el deseo se disuelve
a medida lo conocemos, si es que
alguna vez llegamos a conocerlo
tal un paisaje vespertino.
Son los paisajes más hermosos.
Así me retiro de la comedia.

He soñado, dije, ardientes soledades.
Pero mi vocación de solitario
desaparece al alba cuando los marineros
salen a la mar enfurecida y yo
duermo. Y la alabanza por todo
lo que malgasto en vigilia
se hace entonces monótona;
como monótono es vagar en los
jardines y perder los días
como los años. Mucho he perdido
jugando así pero sigo siendo
esperanzado.
Ello es bueno.

Estar despierto en la noche sin
nubes y preguntarse por qué ellas
en este momento no existen
ha sido mi oficio durante años.
Ha sido mi oficio verdadero.
Y las amapolas siguen estallando
en los campos y no son magnolias
como creía el pastor nocturno.
Son amapolas.

Mi vigilia es siempre taciturna.
Me pregunto qué la habrá hecho así
porque podría hablar con
las piedras; o con los gnomos
que aparecen siempre
Pero soy un gnomo, me olvidaba;
por ello no duermo.

Hay una hora tan oscura antes de
la luz. Me recuesto a los árboles
y sueño otra vez, ahora verdaderamente
Sueño.


Haiku

cálmate
cállate
De: Pasturas.

***

Al sol de las crisálidas tan doradas
vuelo

y el cielo son alas transparentes
y el hielo son frías aguas
cantarinas
¡Ah!
tal las cascadas
tal las cascadas de plata cayendo
en las piedras

Silenciosamente desciendo por los
rombos de tantos tambores
a los campos del
viento.


Luz en las hojas

La sombra de los mangos me hiere los ojos
mientras paseo por las blancas alamedas
El verde crepuscular de la hierba
bellísimo
bajo las verdes palmas.
La luz en las hojas.
El prado malgastado sueña.
Los ladrillos, los ladrillos purpúreamente rojos
donde no había flores.
El cielo era un atardecer infinito
y el viento mecía las cosas.

De: El honguero apasionado.
 *** 

La poesía de de Gelindo Casasola es pura revelación, y al asumir su postura poética supo cómo responder a tal exigencia. Podemos notarlo, sobre todo, porque se lanzó al vacío contando sólo con las palabras. Aunque ello tampoco fue una simple ocurrencia, ya que se trataba de vivir poéticamente la realidad. Es una postura mística que encontró en el texto o en el poema la forma de manifestarse. Es un camino de integridad donde la interioridad y el mundo exterior confluyen como un torrente. Resulta claro que tenia la capacidad de articular una expresión técnicamente adecuada a la profunda experiencia de internalizar espiritualmente los sucesos experimentados. Como siempre, la cultura poética fue esencial en este vínculo entre poesía y realidad, pues se trata de un arte que amerita la pujancia del poema por superarse a sí mismo como sabiduría. Allí la poesía clásica de la mística española y la espiritualidad del orientalismo se conjugaron para hacer del presente la iluminación posible de una tradición sin ambages y directa, que es al mismo tiempo una experiencia real. Es un místico que utilizó la técnica con magia porque se lo exigía la propia condición del mundo, pues tuvo la orientación de vivir completamente en desarrollo, es decir, evolucionando en oposición a una frecuencia mundana a la que desmontó, reflejando la experiencia mágica con la realidad. Supo que el camino seguido no honraba a la dispersión y a la absurda resequedad cotidiana. Su poesía nos muestra que ya se había marchado de esa rutinaria y grosera condición habitual para vivir la trascendentalidad del día a día. Todo en él está correlacionado, la palabra, el poema, el presente, la tradición, la vida y la trascendencia. Quizá por ello resulta tan particular: experiencia mística y poesía revelada, sustanciando al paisaje. Cerca de la tradición española, cerca de la tradición paisajística venezolana y en un camino de distanciamiento originado por la impronta esplendente de un espacio real que sobrepasa al propio poema.

Ricardo Chitty


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