sábado, 13 de febrero de 2010

Paul Lafarge



La vida es única para cada quien y se vive de acuerdo a su razón capital. Cuando la pareja encuentra la complementariedad que satisface sus exigencias vitales, se entiende que la vida va más allá del existir…
Paul Lafarge nace el 15 de enero de 1842 en Santiago de Cuba, expresión del mestizaje, propio del Caribe: su abuela paterna era mulata oriunda de Haití, la materna, indígena cubana; sus abuelos, Jean Lafargue y Abraham Armanagc, franceses. Paul, hijo de un terrateniente acomodado, obtuvo buena educación en su Cuba natal, la cual completó cuando la familia se traslada a Francia, oportunidad para culminar sus estudios de bachillerato en el tecnológico de Toulouse. Luego se va a París a estudiar medicina, donde se ocupa de su formación política, topándose con el positivismo de Comte, textos de Kant, Feuerbach, Darwin y los pensadores socialistas Fourier y Proudhon. Este último capta al joven y se hace miembro de la Sección Francesa de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fundada en Londres en 1864.
En 1865 participa en Londres en la fundación de la I Internacional y conoce a Carlos Marx en el mitin de Saint-Martin´s Hall.  Deportado de Francia por sus actividades proselitista, se radica en Londres donde frecuenta a Marx. Conoce a su hija Laura y entabla amores con ella. Relaciones que preocupan al futuro suegro y no tiene empacho en manifestar en una carta fechada el 13 de agosto de 1866, la cual dice: “si quiere continuar con las relaciones con mi hija (Laura) tendrá que reconsiderar su modo de “hacer la corte”. Usted sabe que no hay compromiso definitivo, que todo es provisional; incluso si ella fuera su prometida en toda regla, no debería olvidar que se trata de un asunto de larga duración. La intimidad excesiva está, por ello, fuera de lugar si se tiene en cuenta que los novios tendrán que habitar en la misma ciudad durante un periodo necesariamente prolongado de rudas pruebas y purgatorio (…) A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia e incluso la timidez del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiaridad precoz. Si usted defiende su temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija (…)
Antes de establecer definitivamente sus relaciones con Laura necesito serias explicaciones sobre su posición económica. Mi hija supone que estoy al corriente de sus asuntos. Se equivoca. No he puesto esta cuestión sobre el tapete porque, a mi juicio, la iniciativa debería haber sido de usted. Usted sabe que he sacrificado toda mi fortuna en las luchas revolucionarias. No lo siento, sin embargo. Si tuviera que recomenzar mi vida, obraría de la misma forma (…) Pero, en lo que esté en mis manos, quiero salvar a mi hija de los escollos con los que se ha encontrado su madre…”
A pesar de los exámenes del minucioso suegro, Laura Marx y Paul Lafarge  se casaron el 2 de abril de 1868.
La pareja vive una vida signada por la pasión. El miércoles 29 de noviembre de 1911, Paul y Laura entraron en un cine de París para “matar el tiempo”. Hay una decisión tomada y la firmeza para el cumplimiento. Volverán a la cama, lugar de encuentros apasionados y desencuentros, tiempos en que defienden con ardor sus puntos de vistas. Nada impedía su felicidad.
Tras el cine y cuarenta años de matrimonio, la pareja visita la recurrente pastelería en la cual escogen sus preferencias y se trasladan a casa, una villa campestre en Draweel. Allí hacen un arqueo de sus vidas, recuerdan la carta del viejo Marx donde dice “Ese maldito de Lafargue me está atormentando con sus ideas y modales, y no va a dejarme en paz hasta que no le siente bien el puño en su cabeza de criollo.”
Marx poco comprendía las ideas de su seguidor Lafarge, quien intentaba licuar en una poción mágica el hedonismo con el marxismo: “El fin de la revolución –afirma en su libro “elogio a la pereza”- no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad, y demás embustes con que se engaña a la humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse”… Nadie debería trabajar más de tres horas, “holgazaneando y gozando el resto del día y de la noche. En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica”.
Aquel miércoles degustaron sus pastelitos, tomaron su té mezclado con veneno y se acostaron cubriéndose con el edredón. Al otro día, el jardinero y su mujer encontraron los cadáveres, junto con la siguiente nota:
Sano de cuerpo y espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno detrás de otro los placeres y goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás. Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la suprema alegría de tener la certeza de que muy pronto triunfará la causa a la que me he entregado desde hace cuarenta y cinco años.”
No tomó por sorpresa la noticia a sus camaradas. Durante la semana habían sido visitados para anunciar su decisión. Lo esperaban. Conocían de sus temperamentos. Los encontraron abrazados en un ambiente con fuerte olor a cianuro de potasio, dicen que así huelen las almendras amargas.
Quiero imaginar cuánto desearían poetas como Manuel del Cabral, José de Espronceda, Andrés Eloy Blanco o Jorge Manrique, poder interiorizar en el alma de nuestros personajes, percibir en su totalidad la intensidad del tiempo transcurrido entre la ingesta de la pócima y el nano segundo en que pierden la consciencia; y plasmar ese mundo en disolución, en metáforas elocuentes y poder entender tan sublime momentos…

Isidro Toro. Tomado de:
http://noticieroalternativo.com/2009/12/17/isidro-toro-carlos-marx-%E2%80%9Cnecesito-serias-explicaciones-sobre-su-posicion-economica%E2%80%A6%E2%80%9D/

jueves, 11 de febrero de 2010

David Lynch. Entrevista.



Por Daniela Creamer
Octubre 2006
Asignar el León de Oro honorífico, el gran premio a la trayectoria del reciente festival de Venecia, a un director que acaba de cumplir 60 años, que se acerca a su madurez artística, puede suscitar asombro. Más aun si se trata del norteamericano David Lynch, director amado y detestado a partes iguales, gracias a películas como El hombre elefante, Terciopelo azul, Corazón salvaje o Mulholland Drive, que lo han convertido también en objeto de culto cinéfilo. Sería más adecuado hablar de un León especial que premia el poder innovador de Lynch como realizador y que lo inmortalizará.
Con este homenaje, reservado desde siempre a los grandes maestros del cine mundial (Federico Fellini, Stanley Kubrick, Roman Polanski, Robert Altman, Al Pacino, Robert De Niro), la Mostra de Venecia dio a los presentes la oportunidad de reflexionar sobre la obra compleja y visionaria del director estadounidense, que se presta a diversas lecturas.
"Recuerdo cuando tenía 19 años, como si fuese ayer. Y hoy estoy aquí, con mi larga trayectoria, realmente honrado con semejante reconocimiento por parte de uno de los festivales de cine más importantes del mundo", afirmó satisfecho Lynch, que ha presentado en Venecia, fuera de concurso, Inland Empire. Inútil intentar contar la trama de este rompecabezas misterioso -"las imágenes las armo como me place, según mi intuición", reconoce el director-, hecho de alusiones y visiones oníricas, en el marco de su ya conocido universo, inquietante y laberíntico. "Se trata de un misterio, el misterio de un mundo interior de otro que se revela entorno a una mujer, enamorada y en peligro", sintetizó tajante el realizador, durante esta entrevista.
Pregunta. ¿Puede aclarar la historia indescifrable?
Respuesta. Para mí está clarísima, pero su interpretación es subjetiva. Hágale caso a su propia intuición. Es ése precisamente el aspecto fascinante del séptimo arte: el poder descubrir, cada vez que se encienden las luces y se alza el telón, algo sorprendente.
P. Las atmósferas oscuras están muy logradas gracias al vídeo digital. ¿Qué le llevó a decidirse por este formato?
R. El celuloide es bellísimo, pero lento, pues no te consiente cambiar de idea velozmente. El formato digital, en cambio, te permite hacer maravillas. Es un sueño hecho realidad. Es más flexible y ligero y no se deteriora con el tiempo, a diferencia de la película. Seguro que no volveré al celuloide. En cuanto a la fotografía, la he querido granulada intencionadamente, ya que cuando la imagen da esa sensación de pobreza, tienes muchas más razones para soñar.
P. La ciudad de Los Ángeles, una vez más, es el trasfondo de la historia.
R. Es una ciudad que amo. Soy de Filadelfia y allí está oscuro hasta en el verano. Sin embargo, Los Ángeles impresiona. Allí, hasta cuando es casi medianoche, el cielo está luminoso, con una claridad incomparable, de extraordinaria pureza. Y en el aire se percibe el olor de gelsomino, un perfume que evoca el pasado, las viejas películas y la gloria de ciertas obras filmadas en blanco y negro.
P. La película parece un experimento, rodado sin la presencia de un guión definitivo. ¿Cómo pudo tener bajo control esta cadena interminable de historias y sueños, uno dentro de otro?
R. Fue una experiencia única que duró dos años y medio. Todo fluyó desde que escribí la primera escena; ésta me llevó a otra y luego a otra. Sólo bosquejeaba algunas páginas antes de cada jornada de rodaje. Cada día era una sorpresa el curso que tomaban la historia y los personajes. Por eso necesitaba actores tan sensibles como Laura Dern, que pudieran seguirme en este complejo proceso creativo. Tengo siempre la impresión de que un filme existe antes de ser hecho. Sólo debemos juntar las piezas, los rostros, las palabras, los sonidos. Es un proceso mágico. Y así también sucede en la realidad. Aunque, para mí la comprensión es una abstracción que proviene de la intuición.
P. ¿Y qué es para usted la intuición?
R. Es la integración del intelecto y la emoción, del pensamiento y los sentimientos. Cuando estas dos facultades se fusionan, llegamos a comprender lo que antes nos parecía incomprensible.
P. Existen rumores sobre un posible corte del metraje para poder comercializar mejor la película. A fin de cuentas, 172 minutos es un poco excesivo y, probablemente, no convence del todo a los directivos de Studio Canal.
R. En lo absoluto. El filme es lo que es ya. Recuerdo una vez que a Billy Wilder le quisieron imponer cortes en una de sus películas. Pasó varios días metido en el cuarto de montaje y cuando volvió a presentar la película, fue un éxito. Entonces los productores le felicitaron, y él respondió: "Mi único corte fue aumentarle 15 minutos". Y es que en el proceso creativo, lo correcto es lo que funciona bien para ti.
P. Usted es un artista polifacético. Ha probado con la pintura, la música, la fotografía y hasta con el diseño de muebles. ¿Por qué sigue prefiriendo el cine?
R. Porque el cine posee un lenguaje común a los seres humanos, un lenguaje que habla a nuestra intuición. Todos tenemos la capacidad de intuir las cosas que suceden a nuestro alrededor. Pero como no nos fiamos de ella, la escuchamos muy poco, desgraciadamente.
P. El cine tiende a documentar la realidad pero usted va en la dirección opuesta, retratando nuestros miedos, pesadillas y misterios. ¿Se siente comprendido?
R. Hoy, tanto el documental como la ficción que se inspira en la crónica gozan de un buen momento porque hay mucho que decir del presente. Pero no se puede pensar que éste sea el único modo de rodar un filme. Si lo haces, corres el riesgo de no osar más, de sentirte prisionero de un género, de vivir encerrado en un cofre sin las llaves del candado. Yo prefiero el abstracto. Afortunadamente, en el cine hay lugar para todos.
P. En Inland Empire aparecen elementos indescifrables, recurrentes en su filmografía, ¿tienen algún significado especial?
R. Decídalo usted misma. Cada uno debe tener su propia interpretación. Y es que ni yo mismo cuando filmo sé exactamente cómo voy a proseguir. Una vez en el plató, sé lo que estoy haciendo, al igual que los actores. Pero tengo la impresión de que la película me transporta a donde ella quiere ir, casi como si tuviese vida propia. Los elementos se repiten en mis películas, es cierto. Y mientras más hago, más familiares se vuelven. Y es que las películas son como los hijos, tienen cualidades similares para los padres, pero cada uno de ellos es un ser único.
P. La meditación trascendental es parte fundamental de su modus vivendi. ¿Desde hace cuanto la practica?
R. Desde hace 33 años. Al principio lo veía como una pérdida de tiempo, hasta que alcancé el éxtasis. Fue como una total inmersión en mi propio interior, una caída libre dentro de un ascensor al que le cortan los cables de suspensión. Es una gran bendición, una experiencia que te lleva a ser mejor persona. Mi vida privada, la creatividad artística, la energía, todo ha mejorado en mí. Y fue precisamente de la meditación de donde surgió Inland Empire.

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