jueves, 27 de agosto de 2009

La Catedral de Exeter




La catedral de Exeter, en Gran Bretaña, me atrae por su forma de ermita y ello, al mismo tiempo, permite hablar del gótico británico. Una de las diferencias básicas entre el gótico francés y el inglés es que la planta de la catedral gótica inglesa es más ancha, y por lo tanto determina una verticalidad más extendida que la francesa. Con respecto a Exeter su condición nos recuerda a la fachada de la catedral de Bauveis, y con mucho parentesco con la capilla de Henry VIII. Sobre todo por su estructura encajonada, como de ermita, que enjuta sus arbotantes y la hace muy particular. Así, parece que los constructores prefirieron concentrarse en la nave principal. Ahora, el gótico inglés, por el tipo de planta, pareciera tener cierta reminiscencia con el templo griego, más dado a la horizontalidad. Es palpable sobre todo por el hecho de que las torres parecieran emerger desde el final de esta planta, especialmente en la fachada de la catedral de Lincoln, pero incluso cuando las torres están desarrolladas desde la planta baja y atravesando la planta alta como en la fachada de la catedral de Wells, se siente que las plantas son rectangulares y horizontalizadas. Sólo las esculturas y los vitrales tienen la dinámica de la curvatura, aunque a diferencia del gótico veneciano, el gótico inglés tiene una verticalidad y una filigrana rica, que suele ser más recatada en comparación con el gótico francés y, quizá, el concepto de la planta tenga relación con ello.
Exeter tiene otra característica, y es que la planta baja de la fachada parece un muro esculturado y que funciona todo él como un pórtico. Esto demuestra que su planta es compacta, rectagonal y horizontalizada, no verticalizada, y ello nos induce a realizar otra comparación, esta vez con el templo griego; aunque éste depende de columnas y dinteles la geometría de su planta es rectangular y horizontal. Exeter, como construcción gótica característica, depende más de la pared, que adquiere su verticalidad por la escultórica dispuesta en su superficie. De modo que la primera planta de Exeter, la base de su fachada, es toda ella como un gran dintel, eso sí, dinamizada por la talla, que le da una trama rica, y que evita que sea simplemente una base compacta. Se comprueba todo ello por el salto que tiene que dar la planta alta para aligerar y levantar estilizadamente la fachada. La horizontalidad, sin embargo, sigue presente pero con el rosetón y las paredes longitudinales de la nave central se dinamiza por los arcos de medio punto y las columnas incrustadas en la pared, que expanden la estructura de la nave. Ahora, con el rosetón de la fachada incrustado en una ojiva enmarcada en un cuadrángulo, remata, por un pórtico triangular y con un rosetón mucho más pequeño que tiene un remate piramidal, que termina de aligerar y verticalizar la horizontalidad del diseño. El gótico inglés a pesar de este vínculo con el templo griego, al igual que el gótico veneto que, igualmente tiene parentesco con el mismo templo griego, pero como gótico al fin se desprende del veneto y del griego por sus arbotantes, ojivas, arcos de medio punto, su ornamentación escultórica y sus relieves de líneas y curvaturas que dinamizan la estructura, dándole su característica volatilidad espacial.
Ahora, el rosetón de la fachada de Exeter igualmente tiene su particularidad y, de hecho, la forma del rosetón del gótico inglés es también diferente de el del gótico francés. En principio está enmarcado en una gran y única forma ojival, como se aprecia en los interiores de Chartres y en los de Reims, donde estan enmarcados en ojivas. Aunque en el exterior, estos rosetones enmarcados ojivalmente conservan su oblicuidad. Sin embargo, en Exeter, el rosetón de la fachada está enmarcado como si se tratara de una ventana ojival o de una ventana de tracería. Su oblicuidad está en su forma interna y ésta, incluso, tiene una trama que muestra esta oblicuidad como incrustada en la madeja interior. Interesante y, al mismo tiempo, permite aligerar la estructura de la fachada, que como ya hemos dicho su planta baja es un muro de piedra esculturado. El que ideó está combinación recurrió a esta forma del rosetón enmarcado en la inmensa ojiva, aligerando y permitiendo así combinar verticalidad, transparencia y volatibilidad con la planta en horizontalidad. En términos generales el rosetón del gótico inglés es mucho más discreto y, a pesar del rosetón del transepto de la catedral de Lincoln, cuya rica trama nos demuestra la capacidad orgánica de la forma, el inglés no posee la preponderancia de la oblicuidad como en Francia; sólo Exeter posee algo parecido y, sin embargo, con unas características sumamente particulares, porque primero llegó al extremo de depender casi totalmente del rosetón para aligerar la fachada, en una forma no usada por los franceses.

Ricardo Chitty

sábado, 22 de agosto de 2009

viernes, 14 de agosto de 2009

In memoriam Eleazar León.


Hasta siempre poeta


"Los eunucos literarios quieren vejar a algunos escritores llamándolos prosistas. La castración de su argumento les viene de oponer la prosa a la poesía. Lo contrario de la poesía no es la prosa sino lo prosaico. venga en verso, versículo, discurso, narración o lo que sea. La poesía, como el espíritu, sopla en cualquier parte y, lo que es más raro, aparece hasta en los llamados poemas. Los eunucos, que para eso guardan tesoros que no pueden disfrutar, dan voces de alarma cuando ven a alguien con el arma que profana sus vigilias estériles. Para qué tanto ruido: no pueden perder dos veces lo que, en caso de tener, no les serviría para nada."

"Respecto al enamorado, quién sabe si sentir piedad o envidia, puesto que su condición es tal vez el último rastro de lo sagrado sobre la Tierra. Nadie es a la vez más inocente y más condenado. La mitad de su alma ( y a veces su alma entera) respira en otro cuerpo, y su suerte depende del capricho de quien ama. No su felicidad, su simple bienestar es precario, agonizante, acorralado, terrible, furioso, perplejo, inmortal."

"Diógenes el Cínico, cuando sentía que las cosas le iban demasiado bien, buscaba una raíz amarga y la masticaba durante horas. También le servían especies de Egipto y hojas asiáticas con el prestigio del veneno, el ardor o la desazón. "¿Qué haces, Diógenes?" , le preguntaban. Y el Perro Celeste, como lo llamó un poeta, y sin abandonar su endiablada trituración, decía: "Nada más recupero el sabor de la vida, que me abandona."

De: Instigaciones. 1991

sábado, 8 de agosto de 2009

Eleazar León (1946 - 2009)



A mi tierra la llevo cálida
sobre el pecho
bajo el pecho
Llevo un caballo suelto dentro de mí
que no se deja poner cercos
Llevo árboles ríos
y una montaña del tamaño del corazón
Si no me ven de nuevo
es que monté a caballo
crucé ríos
y ando de montaña en montaña
haciendo pequeñas fogatas
para calentar mi pecho del gran vacío
que me dejó mi tierra llevada por los
vientos.

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"El poeta es un místico que blasfema. Ama los aires impalpables pero se aferra a las delicias terrestres, se regodea en el desinterés del espíritu pero se pierde con gusto en las ondulaciones del cuerpo, busca, en suma, la plenitud del absoluto pero se abraza con furia, con esplendor, con celo, a la piltrafa gloriosa de la existencia. Víctima de lo oscuro persigue la claridad, y en ese rayo vive temblando, y muere colmado, aturdido, ciego."

De: "Instigaciones", 1991.

Documental de Miguel Guédez



viernes, 7 de agosto de 2009

Héctor Abad Faciolince . ¿Por qué se mata un escritor?


Se dice, con más razón que sorna, que el único riesgo profesional de los poetas es el suicidio. No sé si hay estadísticas, pero tengo la impresión de que los escritores se suicidan más, proporcionalmente, que los mortales de otras profesiones. Si hago un rápido censo mental, muchos nombres se me vienen a la mente desde la antigüedad hasta hoy, mujeres y hombres: Safo, Lucrecio, Séneca, Silva, Larra, Woolf, Salgari, Trakl, Lugones, Mishima, Pizarnik, Hemingway, Plath, Márai... Y el pasado 12 de septiembre, la gran promesa de la narrativa estadounidense, David Foster Wallace, a quien hallaron ahorcado en su casa; un novelista de 46 años que ya en otras ocasiones había pedido que le protegieran de su propia pulsión de quitarse la vida.

Primo Levi le dedica el sexto capítulo de Los hundidos y los salvados al suicidio de Jean Améry. Dice Levi que "su suicidio, como todos, admite una nebulosa de explicaciones". Esa misma nebulosa se ha empleado después para tratar de explicar el suicidio del mismo Levi, llevado a cabo -al parecer- más para evadir la enfermedad que para huir de las pesadillas memoriosas de Auschwitz. Ocurrió en 1987, aunque con la ambigüedad que muchos suicidas prefieren, de modo que las familias puedan aferrarse a la duda de un accidente: se precipitó por el hueco de las escaleras del edificio donde vivía, en el barrio de La Crocetta, en Turín, sin dejar carta de despedida.

Por estos días se celebró el centenario del nacimiento de Cesare Pavese, otro homicida de sí mismo, en la misma ciudad del norte de Italia. Esto me llevó a releer páginas de su diario. Ahí, al final, y poco antes de que se matara, dejó escrito: "Los suicidas son homicidas tímidos. Masoquismo en vez de sadismo". Maupassant, que se murió por enfermedad un año después de intentar suicidarse, lo definió de un modo casi inverso: "El suicidio es el sublime valor de los vencidos". La última entrada de Pavese, el 18 de agosto, me ha dado siempre escalofríos: "Sin palabras. Un gesto. No volveré a escribir".

Pavese murió en la soledad de un cuarto de hotel, pero hay escritores a los que no les gusta suicidarse solos. Heinrich von Kleist cambió varias veces de novia hasta que al fin una, Henrriette Vogel, aceptó quitarse la vida con él, a orillas del lago Wannsee, cerca de Berlín. El lugar es hoy un sitio de peregrinación. Se trata de un rincón apacible, bucólico, como si los románticos escogieran con gusto incluso el sitio de su muerte. Otros suicidas en compañía fueron Arthur Koestler y Stefan Zweig. El primero se fue del mundo en un pacto con su tercera esposa, Cynthia Jefferies. También Zweig lo hizo con su mujer, Lotte Altmann, en Petrópolis (Brasil), donde se había refugiado de las persecuciones a los judíos durante la II Guerra Mundial. El suicidio de Koestler, otro judío perseguido por los nazis, obedeció más a sus convicciones a favor de la eutanasia: estaba enfermo de parkinson y leucemia.

Albert Camus, que murió en un accidente sin ningún viso de suicidio, dejó escrito lo siguiente al principio de El mito de Sísifo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía".

Algunos escritores, más que cartas, dejan libros completos sobre su ánimo. Henri Roorda terminó Mi suicidio poco antes de matarse. Allí dejó escrito: "Amo enormemente la vida. Pero para gozar el espectáculo hay que ocupar una buena butaca, y en la tierra la mayoría de las butacas son malas". Antes de matarse, Jean Améry escribió un libro extraordinario sobre el suicidio (Levantar la mano sobre uno mismo) donde explica que la primera lógica de la que escapa el suicida es la del axioma vitalista "la vida es el bien supremo". Si esto se niega -"la vida no es el bien supremo"-, o si en determinadas circunstancias la vida es lo contrario, un gran peso y un gran mal, se entenderá mejor el salto que dan, que deben dar, los suicidas. Su mundo no es nuestro mundo. Así lo dijo Wittgenstein en uno de sus aforismos: "El mundo de quien es feliz es otro distinto al mundo del que es infeliz". El suicida, al darse una muerte libre, voluntaria, quiere hacer cesar ese mundo para él infeliz.

Por no entender este pensamiento elemental (que a veces la vida no es buena), los Estados y las religiones han perseguido durante mucho tiempo el suicidio, calificándolo de delito y de pecado. En algunos países, incluso, se llega al absurdo de castigarlo con la pena de muerte. Toman el cuerpo exánime del suicida, lo cuelgan y lo exponen al escarnio público, para que aprendan.

De alguna manera, la Iglesia, al prohibir que los suicidas fueran "enterrados en sagrado", castigaba con la pena del destierro (del cementerio) a los suicidas, considerados como "discípulos de Judas". Su posición, por suerte, se ha vuelto más compasiva.

Hay quienes se matan tranquilos, planeándolo; otros, en un arranque de autodestrucción. Unos, sobrios; otros, drogados. El poeta Juan Manuel Roca desaconseja que nos matemos borrachos: "Es el problema del alcohol; alguien puede suicidarse y al día siguiente no acordarse de nada". Es un chiste, pero podría no serlo. Un gran experto inglés en suicidios literarios, A. Álvarez, intentó suicidarse, borracho, una noche de Navidad. Se despertó tres días después sin acordarse de nada, pero con la sensación de que ya sería para siempre un suicida frustrado. También él escribió un estudio estupendo, El dios salvaje.

Creo que la raza de los escritores suicidas, pero indecisos, se ha inventado otro tipo de estrategia para no matarse, y para ni siquiera intentarlo. Me refiero a los escritores que, en vez de dar el salto, trasladan el propio suicidio a sus personajes. Así hizo Shakespeare con Ofelia, Romeo y Julieta; Goethe, con el joven Werther; Tolstói, con Anna, y Schnitzler, con el subteniente Gustl. Es raro, pero si uno suicida a alguien en un libro, se experimenta una muerte que de alguna manera sacia la ansiedad por la propia muerte. Lo sé por experiencia propia.

Otros, en cambio, se despiden con ira. Me gusta la furia final de Chatterton: "Adiós, Bristol, inmunda ciudad de ladrillos./Amantes de la riqueza, adoradores del engaño". Piensa uno en los ladrillos de nuestras ciudades, y lo entiende. Supongo que si el cuerpo no tiene el buen gusto de morirse a tiempo, uno tiene el deber de matarse. Pero mientras llega ese instante de lucidez en las tinieblas habrá que seguir viviendo, aunque tal vez con el mismo sentimiento de culpa que escribió una vez Thomas Bernhard: "Nada he admirado más durante toda mi vida que a los suicidas. Me aventajan en todo. Yo no valgo nada y me agarro a la vida, aunque sea tan horrible y mediocre, tan repulsiva y vil, tan mezquina y abyecta. En lugar de matarme, acepto toda clase de compromisos repugnantes, hago causa común con todos y cada uno, y me refugio en la falta de carácter como en una piel nauseabunda pero cálida, ¡en una supervivencia lastimosa! Me desprecio por seguir viviendo".


miércoles, 5 de agosto de 2009

Mayra Santos Febres: "Puerto Rico es una isla de mujeres". (Extractos de entrevistas)


“A mí me asombra el peso que tiene la tradición religiosa católica en América Latina, donde el modo de ser mujer está muy intervenido por los ritos marianos de la virginidad y de la santificación del matrimonio. Eso no pasa en el Caribe. Puerto Rico es una isla de mujeres. Siempre hemos estado metidas en el espacio económico, hemos sido muy independientes.
AM: ¿Y a qué atribuye esa diferencia?
M.S.F.: Una de las razones por las que se celebró mucho la ocupación norteamericana de 1898 fue que venía con ley de divorcio, y había mucha gente que se quería divorciar. Aquí el divorcio es legal desde 1901. Y desde entonces ha habido huelgas obreras –por cierto bien violentas– dirigidas por mujeres. Una de las grandes líderes sindicalistas portorriqueñas de los años 20, Luisa Capetillo, fue a la cárcel varias veces por sus trabajos sindicales. Así que aquí ser mujer y ganarse el sustento tiene bien poquito que ver con casarse y esperar que alguien te mantenga. Eso yo no lo entiendo. Esto se enlaza con esta historia que yo escogí. En los años 70, por ejemplo, cuando explota el mini boom de la literatura portorriqueña, cinco de las seis figuras importantes de la literatura nacional eran mujeres.
AM: ¿Tienen que dar las gracias a Estados Unidos, entonces?
M.S.F.: Perdón que lo diga de manera tan categórica, pero Estados Unidos no es un lugar muy querido en el mundo, y soy de los que se suman a muchas de las críticas que se le hacen a ese país, sobre todo en sus políticas externas. Pero una cosa que tiene bien chévere es la defensa de los derechos civiles, sobre todo los derechos de la mujer. Al ser colonia de Estados Unidos, entonces todas las leyes de hostigamiento en el área del trabajo, de divorcio, de protección contra violencia doméstica, llegan aquí y se imponen desde hace mucho tiempo, desde hace cien años. Por lo tanto hay una manera legal de defenderse, que no es el caso de muchos países. Hay un clima que ayuda a los desafíos intelectuales, literarios y al desarrollo económico de las mujeres. Muchas son propietarias de tierras desde el siglo XIX, y no por ninguna disposición ni ley que tenga que ver con el matrimonio, la sucesión de hijos, nada. Se puede ser una mujer fuerte con menos penalidades. Y ser una mujer fuerte en muchos lugares del mundo equivale a que te matan.

AM: Es un abismo respecto a América Latina.

M.S.F.: Es bien distinto de lo que ocurre en el resto de Latinoamérica. Me asombro cuando voy a los congresos de literatura, en donde siempre somos seis mujeres, somos el uno por ciento. Y en mi país es al revés, los hombres son menos y nosotras hacemos las actividades intelectuales”.

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“—Convertirse en universal. Trascender. Escribir más allá de los límites del paisito propio y ser reconocido en lugares jamás imaginados. Éste es el sueño de muchos. Éste era mi sueño, y era un sueño bueno. Pero mi sueño necesitaba revisión. En muchos lugares de América, soñar con “lo universal” es acceder a una corriente de pensamiento necesaria y a la vez peligrosa. A ver si me explico. Ser universal no es lo mismo que ser global. El universalismo es un discurso que está basado en alcanzar “el Bien y la Belleza” trascendiendo lo particular, lo inmediato. Muy neo-platónicamente, el universalismo postula a la esencia divorciada de la materia, que existe de una manera pura. Eso es lo que digo, hay que desplazarse de la materia. El joven literato debe concentrarse en la “esencia”, en la palabra por sobre todas las cosas. Eso sí, la palabra de Don De Lillo, de Cheever, de Raymond Carver… Para lograr ser “universal” hay que poder manejar una lista de referencias muy precisas y, a la vez, muy arbitrarias. Supuestamente, existen unas obras que alcanzaron “la universalidad” por su valor superior, por haber probado que pueden trascender el tiempo y el espacio. Han logrado crear una red de influencias, un diálogo con la tradición, como argumentaría Coleridge, que, a su vez, hila un tejido cultural cerrado.

—Demostrarse capaz de manejar los códigos de la alta cultura es poderse mover entre los hilos de ese tejido con soltura. Es poder ver sus entrecruces, descubrir que este libro habla con aquél y con el otro. Poder inscribirse en el telar. Lo que pasa es que tal tejido cultural se parece a la tela de Penélope en estos tiempos: por el día crece y por la noche, desaparece.

—De eso se trata, de tejer sobre nuestras influencias, de parecernos, pero sin parecernos. Tampoco buscamos parecernos a nosotros mismos, para qué.

—Para nosotros, los que vivimos de este otro lado del Atlántico, ser universal implica haber leído y hasta saberse de memoria toda la literatura clásica (que no está mal), a Dante y a Boccaccio, a Cervantes y Goethe, a Thomas Mann, Sándor Márai y a la generación del 27, más toda la literatura de Latinoamérica. Y, si para colmo, resultas ser negra o mujer como yo, lo universal se vuelve complejísimo. Aparecen cánones alternos de lecturas obligadas: el feminista que encabezan Virginia Woolf y la Beauvoir, el afrodiaspórico, con Wole Soyinka, Ben Oki, Toni Morrison y Tzitsi Dangarema, pasando por Coetzee, Nadine Gordimer. El laberinto, biblioteca de Babel, se hace infinito. Uno ya va sospechándose que no está siendo del todo “universal”, que lo “universal” era otra cosa. Que ya está empezando a ser “global”.

—A eso me refería, a la búsqueda compulsiva de nuestra literatura. Queremos estar en este mundo global, queremos que nos reconozcan por nuestra capacidad de ser como el joven barcelonés, o californiano, de la esquina. Queremos rezumar y rebosar “cultura”, diluirnos, quizá, en ella.”

Tomado de “Babelia” suplemento cultural de El País.

lunes, 3 de agosto de 2009

Manuel Bandeira. No sé bailar.



Unos toman éter, otros cocaína.
Yo me emborraché con tristeza.
Hoy bebo alegría.
tengo todos los motivos menos uno
para estar triste.
Pero el cálculo de probabilidades
es una broma.
¡Abajo Amiel!
Yo nunca leeré el diario
de María Bashkirtseff.

Sí, he perdido padre,
madre, hermanos.
Perdí la salud también.
Y por eso me conmueve como a nadie
el ritmo del jazz-band.

Unos toman éter, otros cocaína.
¡Yo bebo alegría!
Por eso vengo a este baile
de Martes de Carnaval.
Mezcla excelente de sabores...
-Esa fue camarera
no, fue sirvienta
y está bailando con un ex-alcalde municipal
¡Qué Brasil!

Este salón de sangres mezcladas
se parece al Brasil...
Hay hasta una incipiente gota amarilla
en la figura de un japonés.

El japonés también baila maxixe:
¡Acungela banzai!
La hija de un industrial de Campos
mira con repugnancia
a la mulata inmoral
lo que en ésta resulta indecente
es simple coquetería en los maravillosos
ojos de la muchacha.
Y ese caer de hombros...
pero ella lo ignora...
¡Qué Brasil!

De la política nadie se acuerda,
ni de los ocho mil kilómetros de costa
¿El algodón de Seridó es el mejor
del mundo?... ¡Qué me importa!
No hay ancilóstomos, ni malaria,
ni mal de Chagas:
Silba la sirena y repiquetea
el ganzá del jazz.
¡Yo bebo alegría!
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