jueves, 30 de abril de 2009

Alfredo Silva Estrada



a Teófilo Tortolero

EL CIRCUITO SE PROLONGA
Se rompe
En esta marejada que arropa respiraciones hacinadas

los mendigos de la última guarida
Arrastran
Su boato de moho
Sus cicatrices impasibles
Y ese pan verde que humedecieron los relámpagos

Desollado de ceniza sin edad
De falsas pátinas
Mi ciudad todavía
¿Podrá alentar
                                             Abrirse paso?

(Embates en el respiradero del poema)

Y al fondo del mirar más extraviado
-El ceño del rechazo casi feliz atajo-
Sorpresa de unas flores que se abren lentamente
Salvadas de la bárbara marea de los muros

Julio E. Miranda



7

iremos todos a la ciudad
si es que queda algo de ella en pie
saltando iremos a la ciudad
en un solo pie

buscaremos los tres del gato
y en estas mismas condiciones
maullicantado entre las ruinas
nos moriremos

con ocho vidas ya agotadas
una nos queda todavía
basta escribir el verso hallado
como poetas

hagamos algo irremediable
mientras saltamos por el camino
luego a la tumba miaucayendo
y se acabó

El espíritu de la pintura china.






La pintura china es una de las muestras más completas de paisajismo en la cultura pictórica mundial y es sobre todo, en un sentido más amplio, uno de los mejores ejemplos del arte de la pintura. Su expresividad y su destreza poseen un grado de maestría más allá de la técnica. Cuando uno dice más allá de la técnica se refiere a esa capacidad de mostrarnos un paisaje único en la pintura, pero tan similar a algún paraje real que podríamos pensar en la pintura al aire libre, es decir, copiar un paisaje real y crear una imagen pictórica con sus cualidades plásticas. Pero no es ese el caso en estas pinturas. Son un paisaje interno del pintor.
Es importante resaltar en este caso que la técnica pictórica es un instrumento y no una finalidad, aunque la expresividad sin esa técnica no es posible.
El pintor chino era poeta porque este arte reúne a la poesía, a la pintura y a la grafía. Al igual que los códices medievales, la pintura china combina varias artes. La grafía o la escritura jeroglífica, que exije una destreza en la línea y que, además, es una especie de dibujo. La poesía, que resulta ser el significado de la grafía y donde se requiere de una especial condición espiritual para captar el ritmo del mundo a través del momento, como si trasmitir ese momento significara el sentido del mundo. La pintura propiamente, que mediante la línea, al igual que la escritura pero con una riqueza de trazos innumerable, que son la delimitación de la forma, completa el momento haciéndolo imagen plástica. El momento se convierte, así, en una especie de espacio cúbico no plano, aunque se sostenga sobre el papel, y allí se da la maravilla de la vivacidad del conjunto. Lograr eso para el pintor chino significaba la gloria y si ello era posible mediante la pincelada única, es decir, un trazo contínuo, era la gloria suprema.
"Los antiguos pintaban árboles en grupos de tres o cinco, e incluso nueve o diez juntos. Estaban dispuestos de tal modo que se erguían en direcciones diferentes, con claros y oscuros a alturas diferentes, dando la impresión de estar vivos." Shih Tao (1.641-1.717 d J.C.) Citado por Luis Racionero.

Ricardo Chitty

Extracto del capítulo VI: "La plenitud de la novela artúrica", de la tesis "La novela artúrica en el marco de la cultura y de la literatura medioeval"


...Hay otra escena que refuerza la idea de que el mejor caballero terrenal está completamente dominado por amor y que también le permite a uno pensar en ese aspecto contingente real que consiste en la embestida de que es objeto Lanzarote, al desatender los llamamientos a detenerse hechos por un caballero que cuida el abrevadero en un prado. Ello, igualmente, me lleva a tomar aquella escena entre el Lazarillo y el ciego, en donde el primero, por orden de su amo, se acerca a la estatua de bronce de un toro para escuchar, según el ciego, el bramido del animal y al Lázaro acercar su cabeza a la estatua, de un empujón se la golpea con el duro y rugoso bronce y, además, le dice que despierte para que no haga todo lo que se le diga. Es dura la realidad del héroe y es dura la realidad de Lanzarote al recibir ese golpe que lo derriba del caballo. La contingencia, la exigencia de la vida diaria está representada por este suceso del abrevadero, y es otro ejemplo de ¿realismo simbólico? En ambos casos el héroe se encuentra con la dura realidad aún tratandose de un caballero o de un pícaro. Quiero que comprendan que la analogía se basa en la realidad y, en cierto sentido, ésa es la base del realismo como procedimiento de construcción. Ahora, como "El caballero de la carreta" es una novela medieval del siglo XII, sería extraño hablar de realismo. El realismo comenzó en el Renacimiento, eso es, digamos, lo más aceptado. Ciertamente a partir del Renacimiento se comienza a perfilar el preponderante síntoma de actualidad de lo real, y que llegaría a su máxima expresión en el realismo del siglo XIX. Sin embargo, cuán realista es la escena del abrevadero; ese golpe a quien va ensoñando es tan contundente como el molino con el que se enfrenta Don Quijote. Un realismo simbólico en el sentido de que es verosímil la carga de significados que conlleva la carreta, y al mismo tiempo, cómo se refuerza la idea del sacrificio por amor a la reina con la embestida del abrevadero. Ello comienza a mostrar la fuerza de lo débil, el poder del amor por encima de los sucesos. Su encanto sublime y su gran exigencia en relación con la realidad. Sugiero el término realismo simbólico porque me parece que es la base del realismo moderno que desplazó a la cultura emblemática del Románico y el Gótico y permitió a críticos y autores obviar el gran aporte de un Thomas de Inglaterra y de un Chretien de Troyes al desarrollo del realismo por su condición emblemática o simbólica. Del realismo simbólico al realismo propiamente dicho sólo hay un desencanto, aquel que hizo dudar al místico y al creyente y le permitió exigir pruebas. El "ver para creer" supedita la imagen simbólica al hecho.

Ricardo Chitty

lunes, 27 de abril de 2009

jueves, 23 de abril de 2009

Homenaje a Tolouse Lautrec por la artista Cris Aqua


El cielo gris de una prostituta amanecida
un domingo en la mañana sin colas
temprano parto de la ciudad y la montaña espera
cuando aparecen los árboles y el mar muestra
su dote
sigo desarreglado, sin solventar el apretujamiento.
Todos me parecen rapaces desatados
ningún lugar parece guardar respeto, solo despojos
las calles convergen donde seres nadie se abrigan
el paisaje montañoso escupe desperdicios y cortadura
baratura de la mente esparcida por el concreto
apartado
como envuelto en piel sintética veo la tierra destrozada
los ojos voraces por unas cuentas invisibles
lanzamos zarpazos grotescos sobre los lugares
sólo el aroma de una mujer desconocida, cuyos ojos
desatan un néctar fragante y húmedo
inpregnan como velo y me sustraen del pico de botella
oculto
¡Grande! el poder de sus dedos en su boca
sujeta alguna indiscreción expuesta por su llama
¡Grande! el poder brillante de cada gesto
su aroma toma el lugar.

Ricardo Chitty



No hemos hallado el ritmo de la serpiente,
estamos en la mera piel del mundo
y del hombre en vísperas de sí mismo.
El dragón nos contiene como tú contienes al pájaro.


Yubirí Rosales


Durante las veladas alumbradas por el fuego,
narraban los antiguos la historia de las águilas
de la tormenta descendiendo al fuego,
apretando en sus picos pedazos de rayo.
Regalos del pájaro solar.
Yubirí Rosales

Poema. Yubirí Rosales

Antoni Tapiès. Blau amb quatre barres roges

Me coso en este lugar, con la montaña,
con la neblina, con la guayaba.
Escribo con desgano, como si temiera
manchar el papel con torpes arrebatos
de una escritura torpe, coja, pero
mortalmente consciente.
¿Consciente? de su tercer ojo apagado,
de esa fibra roja que late ahora
deprisa, de esa mirada herida, de
esta falta de certezas y de no construir
para el cómodo salón, o para ganar
un terreno firme donde tarde o
temprano enseñará sus desconocidos,
sus deshilachados huecos,
sus cicatrices-señales.
Estar expuesta a lo que uno puede
decir al papel, de pronto el miedo
se lo traga todo e impide escribir,
es tan largo y aburrido el eterno
ceremonial de la escritura, que se ha
convertido en casi nada para mí,
una orden corporal, una voz, una
tinta que hay que gastar, hay
una necesidad de brincar en
mortal sobre el papel, al filo de
la página.
Yubirí Rosales

miércoles, 22 de abril de 2009

PARA MIRAR (pequeña galería)





Cormac McCarthy y su radiografía del mal.

Autor de la novela que da origen a la celebrada película “No country for old men” (“Sin lugar para los débiles”, en su versión en español), Cormac McCarthy encarna un arquetipo ya clásico dentro de la tradición literaria estadounidense, el del outsider, el autodidacta, el vagabundo, el que no ejerce la docencia, ni dicta talleres (“enseñar a escribir es una estafa”, ha dicho), ni da conferencias ni entrevistas. El elusivo, el que procura mantenerse alejado tanto del elitesco ámbito académico e intelectual como de los asfixiantes tentáculos de la poderosa industria cultural de su país. Es aquel escritor que en la mayoría de los casos ha tenido que ejercer innumerables empleos, a cual más disímil y excéntrico, y que ha cambiado de residencia con demasiada frecuencia, siempre con el espectro de la miseria pisándole los talones. Añadamos a esto los excesos en la bebida y los matrimonios fracasados, y ya tenemos al personaje claramente definido, sin tener que citar un solo ejemplo. Pero ocurre que, luego de años de labrar pacientemente una obra en tales condiciones, con todo el desgaste físico e intelectual que ello supone, dicho escritor es reconocido, premiado y alabado, y comienza entonces a vivir sus quince minutos de fama, que pueden ser años, largos o cortos, hasta que un día se vea desbancado en el favor de la crítica por otro creador… y así sucesivamente.
El escritor es ajeno a todo esto. Al menos el tipo de escritor del que hablamos aquí. El hombre que trata de crear una obra, y de paso, a vivir honestamente de eso, no puede ponerse a pensar en esa triste realidad. Si lo hiciera, no escribiría. Sólo le queda escribir y esperar, aunque quizá sea más apropiado decir escribir y no desesperar. McCarthy publicó su primera novela en 1965. Se dice que comenzó a leer “en serio” durante su paso por la Fuerza Aérea, a los 23 años. Nació en 1933 en Rhode Island, pero se crió en el estado de Tennesse. En una de las pocas entrevistas concedidas (de hecho una de las dos que ha dado hasta el momento) declara: “Decepcioné a mis padres. Supe desde joven que no iba a ser un ciudadano respetable. Odié la escuela desde que la pisé”. Desheredado por su padre al fracasar en sus estudios de Leyes, sufrió privaciones de todo tipo mientras intentaba escribir. Sobrevivió ganando concursos literarios menores. Se fue a Europa con su segunda esposa gracias a una beca que consiguió. Regresó, se divorció, se mudó a El Paso, Texas, y siguió publicando con regularidad, con la ayuda de su único editor. Poco a poco la crítica le fue dirigiendo miradas cada vez más atentas, pero sus libros no se vendían. Definitivamente no era el tipo de literatura que prefería el “gran” público. Demasiado oscuro, dijeron, y McCarthy quedó así etiquetado como escritor de minorías.
El tema de McCarthy ciertamente no goza de gran popularidad, ya que el tema de este escritor es nada menos que el Mal, así en mayúscula. Su obra es una reflexión ética profunda y detenida sobre el mal; qué lo causa, de dónde viene, y si podrá ser vencido alguna vez. Él ha reconocido que una de sus novelas favoritas es “Moby Dick”, de Melville, y afirma que todo escritor serio que se precie de serlo tiene que abordar alguna vez este tema en su obra. No le interesan Proust ni Henry James. Reconoce su deuda con Faulkner, algo que la crítica ya se había apresurado a señalar. Ciertamente en la prosa de McCarthy resuenan ecos del autor de As I lay down; las largas y poéticas frases, construidas con la precisión de un orfebre, el vocabulario preciosista, la puntuación arbitraria. Pero McCarthy va más allá en su experimentación estilística y utiliza las conjunciones y los signos de puntuación a su antojo, prescinde de guiones o comillas, intercala diálogos dentro de descripciones, y edifica su propio estilo, caótico, balbuceante a veces, otras discursivo, delirante y barroco, seco y lacónico, pero profundamente poético, todo a la vez.
En 1992 le fue concedido el National Book Award por su sexta novela All the pretty horses, que posteriormente conocería una muy floja versión cinematográfica. De este modo, el primer encuentro de McCarthy con el séptimo arte fue desafortunado, por lo que nadie podría imaginarse que pocos años después regresaría triunfante a las marquesinas hollywoodenses de la mano de los hermanos Joel y Ethan Coen. Sin embargo la cúspide de su producción literaria, el libro que deslumbró incluso al recalcitrante crítico Harold Bloom, es “Meridiano de sangre” (“Blood meridian or the evening redness in the west”), de 1983. La novela cuenta las andanzas de un grupo de mercenarios contratados para eliminar a los indios apache en la frontera entre Estados Unidos y México, a mediados del siglo XIX. Estamos en la época de la conquista del salvaje oeste. Comienzan matando indígenas, arrancándoles las cabelleras y elaborando collares con sus orejas, para terminar masacrando a quienes los han contratado, luego a mexicanos, blancos sureños y por último a todo lo que se les cruce en el camino, en una arrasadora espiral de violencia. No hay moral, no hay nobleza, no hay valores; sólo indios y armas y sangre y el desierto infinito. Esta fue la consagración de McCarthy, cuando el polémico Bloom lo ungió como el digno heredero de Melville y Faulkner y no dudó en calificar “Meridiano de sangre” como una obra maestra, a pesar de confesar que a la primera lectura huyó despavorido ante la brutal carnicería que describe el narrador. Sólo en una segunda y tercera lectura, vencidas las náuseas, pudo penetrar en el apocalíptico mundo de McCarthy.
No es una obra para estómagos sensibles, como acabamos de ver, ni mucho menos optimista o esperanzadora. En el mundo de McCarthy no hay espacio para las ilusiones, el bien nunca triunfa, mejor dicho, nunca aparece, no hay moralejas ni metáforas de redención. Es una de las más fieles radiografías del mal que hayan sido escritas. Un pequeño ejemplo:

“El juez partió con el mango de un hacha la tibia de un antílope y el tuétano caliente goteó humeante sobre las piedras. Le observaron. El tema era la guerra.
El buen libro dice que quien a espada vive a espada morirá, dijo el negro.
Sí, el buen libro dice que la guerra es mala, dijo Irving. Pero no será porque en él no se hable de guerras y de sangre.
Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. La guerra sigue. Es como preguntarles qué opinan de las piedras. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya le esperaba. El oficio supremo a la espera del supremo artífice. Así era entonces y así será siempre. Así y de ninguna otra manera.”

El juez Holden es el personaje principal en este infierno de sol y arena. Es un hombre inmenso, albino, sin cabello, ni cejas, ni pestañas. Es el líder del grupo y de alguna manera su guía espiritual. En sus largos monólogos expone su particular filosofía, amoral, desesperanzadora y glorificadora de la violencia. Viola y asesina a niños de ambos sexos, baila y toca el violín, gusta pasearse desnudo por las extensas planicies y afirma que nunca morirá. La analogía con la ballena blanca de “Moby Dick” no es casual. Ambos son personificaciones del mal en estado puro. Recordemos que en la novela de Melville hay un capítulo entero dedicado a exponer la simbología del color blanco como imagen del mal.
¿Hay alguna intención moral en Cormac McCarthy? Parece que sólo se empeñara en ser rigurosamente objetivo, limitándose a describir con frialdad el catálogo de horrores de las acciones humanas, a diseccionar la parte oscura del alma. Nunca toma partido, ni moraliza o reflexiona sobre lo que cuenta. Se limita a mostrarle al lector una realidad, tan terrible como verídica. Ni siquiera podría acusársele de pesimista. Con todo, podemos decir que es el escritor que más necesita ser escuchado por la sociedad de su país en estos momentos. Atrapados entre el fantasma de Vietnam y la dura realidad actual de Irak, quizás libros como este sean los que los ayuden a recuperar el sentido ético que se les ha extraviado. Quizás, pero no podemos asegurarlo.
Luis Lacave

martes, 21 de abril de 2009

"Bomarzo, de Mujica Láinez, el gran fresco del Renacimiento." Texto de Roberto Bolaño.



Durante la primera mitad del siglo XX, en Buenos Aires, vivieron y formaron parte de una misma generación, y por lo tanto se conocieron, escritores de la talla de Roberto Arlt, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges. Algunos tuvieron como maestro a Macedonio Fernández. Como si esto no bastara, un día llegó a la Argentina Witold Gombrowicz y allí se quedó.
A este grupo disímil perteneció Manuel Mujica Láinez, a simple vista el menos profesional de todos, en el sentido en que nos es difícil imaginar a Mujica Láinez como un escritor que vive de y para la literatura, sino más bien todo lo contrario, es decir un hombre que vive de rentas y que dedica sus ocios, por otra parte escasos, a escribir novelas sin otra ambición que la de ser leídas por su amplio grupo de amigos. Sin embargo, Mujica Láinez fue tal vez el más prolífico de los narradores argentinos de su tiempo.
No el más ambicioso ni el más seminal (un papel reservado probablemente a Julio Cortázar y Ernesto Sábato), ni el más cercano a la realidad argentina (un papel que se le puede adjudicar, según baje o suba el grado de delirio, a Arlt, a Cortázar, a Sábato, a Bioy), ni el más adelantado en concebir estructuras literarias capaces de internarse por territorios ignotos (como Borges y Cortázar), ni el que más ahonda en el misterio de la lengua (reino absoluto de Jorge Luis Borges, que además de ser un gran prosista, no hay que olvidarlo, fue un gran poeta). Mujica Láinez, en este sentido, fue de una discreción absoluta. De hecho, su figura, junto a la de esos escritores irrepetibles y gigantescos como Borges, Cortázar, Arlt, Bioy Casares y Sábato, parece empequeñecerse y buscar un refugio tranquilo en la literatura estrictamente argentina, el refugio de las literaturas provincianas, pero esta impresión, a poco que se lea su obra, resulta absolutamente equivocada.
Desde su primera novela, Don Galaz de Buenos Aires (1938), es dable hallar en las páginas de Mujica Láinez dos constantes que lo acompañarán durante toda su vida de escritor. Por un lado, un manejo exquisito del idioma, que es preciso, rico, lleno de variantes, sin caer nunca en el español recargado y castizo. Por otro lado, y esto es posiblemente lo que de verdad importa, una disposición feliz ante el hecho de narrar.
Es verdad que nunca asumió riesgos muy grandes y que comparado con los grandes narradores latinoamericanos del siglo XX su obra, de alguna manera, es la obra de un autor menor. ¡Pero qué lujo de autor menor! Capaz de escribir, por ejemplo, Misteriosa Buenos Aires, o El viaje de los siete demonios, o El unicornio, o Los viajeros, todos ellos libros gratos de leer, libros discretos (y también algo nerviosos) como su autor, y suficientes como para asegurarle su nombradía al lado de autores, asimismo menores, como Mallea o José Bianco.
Pero Mujica Láinez aún nos tenía reservada su mayor sorpresa y esta sorpresa es Bomarzo. Publicada en 1962, la novela obtuvo el Premio Nacional de Literatura argentino y después el premio John F. Kennedy, en 1964, premio compartido con Rayuela, de Cortázar, el cual (como nos recuerda Marcos Ricardo Barnatán) le sugirió a Mujica Láinez la posibilidad de publicar ambas novelas en una edición conjunta y con un título único, que podía ser Ramarzo o Boyuela.
Mi generación, demás está decirlo, se enamoró de Rayuela, porque eso era lo justo y lo necesario y lo que nos salvaba, y sólo leímos Bomarzo algunos años después, casi como un ejercicio de arqueología. Contra lo que esperábamos, no salimos indemnes de esta lectura, entre otras cosas porque nadie o casi nadie puede salir indemne de cualquier lectura y mucho menos si son las más de 600 páginas de Bomarzo, una novela feliz, es decir una novela que hará feliz a todo lector mínimamente sensible, es decir inocente, y que no le enseñará nada a ningún escritor joven.
La vida y aventuras del duque de Orsini, las mil aventuras del duque y sus incontables desgracias y hazañas son el escenario en donde se despliega una escritura, un arte de narrar, que al tiempo que recuerda a los clásicos del siglo XIX, introduce lujos apócrifos del siglo XVI, el siglo del monstruoso y angelical Orsini.
A simple vista Bomarzo se asemeja a una novela de resistencia, a una novela de supervivencia, a una novela histórica, a una novela de intriga, a un folletón. Puede que sea, efectivamente, todas esas cosas.
Pero también es muchas cosas más: es una novela sobre el arte y es una novela sobre la decadencia, es una novela sobre el lujo de novelar y es una novela sobre la exquisita inutilidad de la novela. También es, entre líneas, el comentario o el epílogo jocoso que Mujica Láinez hace de sí mismo y de su familia. Y también es, por supuesto, una novela para leer en voz alta y en familia, aunque esta última posibilidad siempre conlleva el riesgo de que los niños huyan en tropel.
Después de Bomarzo poco más es lo que le restaba por decir a Mujica Láinez. Viajó mucho y como un señor por diferentes lugares del planeta. Escribió De milagros y melancolías y El gran teatro, aparentemente sin la más mínima dificultad.
Y antes de morir, en 1984, a la edad de 74 años, tuvo tiempo para escribir y publicar, en 1982, El escarabajo, una novela de más de 500 páginas que narra las vicisitudes de los poseedores de un talismán egipcio a través del tiempo, y que es una obra inteligente, bien escrita, grata de leer (posiblemente grata de escribir), con dosificadas gotas de humor, dolor y algo de turismo, una novela feliz como la mayoría de sus obras.

lunes, 20 de abril de 2009

Poema para cautivos

Obra: Me declaro en venta. Autor: Ricardo Ruiz

Tú coronas la lujuria
en la cúpula planetaria del falo
reinas con tus manos arácnidas
tejes y destejes la trampa
a nobles incautos
que buscan en tu cuerpo
el final del arcoiris
Viajas en la mente de los infelices
volando volando
depredas las almas
te haces eterna
tu encanto insecticida
pulveriza los sentidos
sólo dejas el instinto hambruno
del amor
esa es tu gloria.

Robert Girón

Valparaíso me persigue


Esta pieza hostil
llena de trastos
saturada de penumbras
que me aprieta la cabeza
en la mañana
con sus dedos helados

Este cuarto nuboso, neblinoso
con escaleras que bajan y suben
que me llevan tropezando hasta el espejo
para mostrarme el paso de los días

Este cuarto impersonal y frío
que yo caliento con vino
por las noches
para habitarlo
con mis fantasmas predilectos
se transforma
por arte de esta magia
en la nave azul en que navego
de regreso al viejo puerto
en donde quedaron anclados mis zapatos
esperando
para volver a recorrer conmigo
esas calles retorcidas
y amadas.

Waldo Bastías

miércoles, 15 de abril de 2009

Final del cap. XIV de la novela "Vínculo"


El resplandor azul en el sureste se acerca y con unos cuantos tragos de cocuy encima, siente la llegada de las gotas golpeando lo que encuentran a su paso. Otra vez un fuerte aguacero se desata, pero este tiene los flamazos impresionantes del rayo. Luego de unos cuantos fogonazos estruendosos de luz, Luisa y Mario aparecieron en la sala, donde el ventanal de cristal mostraba los gestos monstruosos del bombardeo celeste iluminando a Enrique. Este, sentado en una butaca, les dijo: Bienvenidos, esta es mi casa. Ellos comentaron que se trataba de una tormeta eléctrica y él les manifiesta que en época de lluvia aquí eran muy frecuentes. Ella estaba en pantalon corto y con el cabello recogido. Se sentó con las rodillas hacia su cara. Los pies descalzos en el sillón. Esta es otra Luisa. Mario se alejó hacia el cuarto. Hacía frío y quizá había ido a buscar abrigos. El sistema eléctrico estaba desconectado y tuvo que usar fósforos para iluminarse el camino. Esas luces amarillentas y temblorosas desaparecieron y dejaron el lugar en penumbras. Mientras comentaba Enrique la influencia que producía este espectáculo intimidante. Por unos segundos, un resplandor reflejó la mirada de Luisa hacia él y esa mirada era, igualmente, un fogonazo. Los ojos de ella hollaron algo interno. Algo inubicable y propiamente agudo. Enrique dejó de hablar y de nuevo dos fogonazos recibió; el del rayo y el de sus ojos. Ahora, estaba tocado en un lugar interno, perfectamente ubicable y propiamente grave.

Ricardo Chitty

Mi extraña relación con Dickens


Marriage counter. William Hogarth

No sé el motivo, pero a pesar de que muchos grandes críticos advierten sobre la grandeza de Charles Dickens y a pesar de que Yubirí lo considera excelente, no he podido captar dicha grandeza ni dicha excelencia. Reconozco su calidad como narrador, pero no llego a encontrarle el punto. Capto su capacidad de desarrollar los acontecimientos, pero, al mismo tiempo, me crea la sensación de no interesarme a donde quiere llevar la historia. Es desconcertante el que Dickens no me haya atrapado en lo absoluto. Tanto más por el hecho de que Harold Bloom lo considera, junto con George Eliot, como los autores que constituyen el canon occidental de la novela. Bueno, yo realmente no sé, eso es, incluso, más desconcertante aún. Por otro lado Dilthey, en una de sus obras más representativas, lo toma como una referencia emblemática y representativa del recurso de la narración. Lo curioso es que puedo ciertamente estar de acuerdo con sus consideraciones, pero para mí existen muchos narradores del siglo XIX que recomendaría con mucha más insistencia. Tanto para el canon de la novela como para un modelo ejemplar de la narración. Como siempre, trato de conseguir el motivo de mi impresión o de mi postura con el gran Charles, y quizá tenga esta opurtunidad como punto de partida para conseguir una respuesta satisfactoria.
Soy un creador y un crítico, y nunca he trabajado de otro modo que como lo estoy haciendo ahora. Un autor determinado me produce una impresión, favorable o desfavorable. Esta impresión me ronda y ronda. Comienzo a encontrar detalles y datos que van como fijando dicha impresión. Es entonces cuando la impresión queda constituída. Todavía sin emitir juicios de valor, puedo decir "me gusta o no me gusta", e, incluso, puedo obtener la razón de que me guste o no. Es cuando llega el momento de emitir un juicio. Sin embargo, únicamente cuando lo voy a emitir, se pliegan sobre la mesa todos los elementos y puedo hacer un análisis. Es como buscar detrás de lo evidente para obtener lo valedero. Con Dickens no encuentro la verdadera razón de saber hasta qué punto es su estilo el que no me atrapa.
No tenga idea de cómo manejar este asunto, ya que prácticamente eso no tiene nada que ver con un juicio cualitativo. No puedo asumir esta condición como una salida probable. Todavía se hace indispensable sopesar y deletrear las razones de mi actitud.
El asunto es que hay muchos autores de novelas del siglo XIX a quienes prefiero, y sobretodo, creo que allí se halla la verdadera razón; un autor en especial del siglo XVIII llamado Henry Fielding. Se ha dicho que Fielding y Samuel Richardson son dos novelistas emblemáticos de la literatura de habla inglesa. No he leído a Richardson, pero soy un aficionado a Fielding y sin duda creo que Dickens le debe mucho. Allí es donde se encuentra el asunto. Cuando leí el Tom Jones quedé gratamente impresionado por dos razones fundamentales; una tiene que ver con la elegancia de su estilo y la otra con su visión novelística. Seguidor indiscutible de Cervantes, Fielding emplea el tópico del expósito, tópico indispensable de la picaresca española, novelística que igualmente influyó a Cervantes, y realizá una combinación que le otorga toda la carga ideal del héroe caballeresco. Al igual que Cervantes, combina la nobleza con lo mundano, aunque, a diferencia del maestro español, incluye un elemento diferenciador que consiste en el espíritu de lucha. La lucha de Tom Jones no es por reestablecer la caballería, su lucha es por ser reconocido como un hombre de honor. En ello hay algo del espíritu que vió nacer la revolución industrial. Sin embargo, Fielding es elegante. Su escritura tiene el cuidado plástico que permite marcar una gran diferencia, tanto con Cervantes como con Dickens. Esa capacidad de analisis que le caracteriza, combinada con una escritura así, tenía que dar como resultado uno de los valores fundamentales de la novela de la modernidad, cual es el del autor que piensa su creación. Para algunos Fielding es el primer novelista que expone, en teoría, las cualidades de la novela. Esa es una caracteristica que permite otra diferencia importante con Dickens, la de poseer una visión artística. La visión artística puede ser sacrificada por el novelista cuando a este le interesa representar una realidad contingente, y el creador de Oliverio Twist parece preferirlo así. Escribir novelas por entregas le permitió ser más narrador que novelista, especialmente porque podía concentrarse más en el desarrollo de la historia que sobre la visión plástica de la forma.

Ricardo Chitty

Poemas de Eleazar León



XIX

Una muchacha de ceñidos jeans
y blusa de lino pañuelo
pasa frente a mí
la cabellera negra suelta
y lo resuelto del paso
me dicen que sabe adonde va
oye, le digo, yo soy
a quien andas buscando
ella ríe y me ve, sigue adelante
y me abandona a mi destino
que por lo visto
no es el destino suyo
espero con ardor que no lo encuentre.


XXVI

Al caminar
lo que sostiene el paso de las muchachas
son los miles de párpados
que las elevan y las mezclan
al aire.

de: "El nudo corredizo" (2008)

martes, 14 de abril de 2009

Klaus Schulze. Floating.

Po Chün-I (Poeta chino, Dinastía T’ang) (618-906)



A LI CHIEN 1

En los tiempos
para encauzar el curso de mi vida,
directamente acudí
a CHUANG TZU 2 , capítulo primero.
Pero en años recientes
la mente es mi universo;
Me convertí a la DHYANA
de la escuela del Sur. 3
Exteriormente, acepto
el mundo tal cual es;
Íntimamente, supero las limitaciones
que imponen los sentidos.
Afuera, no siento aversión
por la aldea o la Corte;
En mi casa, no siento apego
por la compañía de los hombres.
Desde que aprendí este arte,
adondequiera dirija mis pasos
mi mente está en sosiego
y hallo que no necesito
de inflexiones y estiramientos 4
para el bienestar de mis miembros;
Ni de ríos o de lagos
para aquietar los pensamientos.
Si tengo propensión al vino,
algunas veces bebo;
Si estoy libre de empleo,
a puertas cerradas me siento
Silencioso y tranquilo
hasta muy tarde en la noche,
Y al siguiente día, duermo profundamente
hasta que el sol está muy alto.
No me causan pena, en otoño,
las noches largas;
No me lamento, en primavera,
por los días que pasan.
Enseñé a mi cuerpo que olvide
si es joven o viejo,
Y a mi ánimo, que estime lo mismo
la vida y la muerte.
En la plática que sostuvimos
ayer, cuando te vi,
diste a mis pensamientos
lo que llaman “corazón y médula” 5 ,
Porque también mi Camino es
como “lo inexpresable” 6 ,
Y a no ser por ti, jamás
lo hubiese comprimido en palabras.


Notas
1- Li Chien (764-821) perdió a su padre a muy temprana edad y fue educado por su madre que era una devota budista. Como ella no le permitiese que comiera carne a él, por deferencia a sus principios permaneció vegetariano toda su vida.
Pero se dedicó a los estudios confucianos, especializándose en el Libro de los cambios (I CHING) y en las Crónicas de primavera y otoño (Ch’un Ch’iu). (V. A. Waley, po Chü-I, pág.97.)
2- Chuang Tzu (c.330A.C.). El más brillante de los escritores taoístas. De sus obras, uno de los párrafos más citados, quizá, que ningún otro-Aunque en modo alguno el más medular de su posición filosófica- es aquel en que su autor titubea en afirmar: “si él es Chuang Tzu que sueña que es una mariposa, o es una mariposa que sueña que es Chuang Tzu”.
3- Dhyana, voz sánscrita que significa “meditación”. Se refiere a la secta budista china Ch’an (Zen, en japonés), de la Escuela del Sur, rama fundada por el patrairca Hui-Neng (638-713).
4- Ejercicios espirituales taoístas, muy parecidos al Hatha Yoga de los hindúes.
5- Referencia al Shu Ching (”libro de la historia”), V.25.3.
6- Se refiere a las palabras preliminares del Tao Te Ching.

tomado de:
http://www.gonzalomaire.0fees.net/

PARA MIRAR



Eleazar León



miércoles, 1 de abril de 2009

Enrique Lihn



COMO DESDE HACE AÑOS...

Como desde hace años me detestabas

porque a tu real saber y entender yo había sido
el mal marido de una amiga tuya
me elegiste para hacerme decir de tu marido
cosa que repetiste al inventarla
que yo había dicho de él, entre amigos comunes
en una casa precisa
"es un perfecto mediocre"
se te ocurrió darle esa aguja en el costado
celebro aquí esta gran precisión
de la perversidad femenina
Así compenso mis excesos en gloria y alabanza
de las mujeres
Me gustaría escuchar tu versión de los hechos algún día
pero naturalmente más allá de la muerte.

NOCTURNO

Eres la primera que te me paseas por aquí
en mucho tiempo a la redonda:
«Víveme, víveme, yo soy inagotable»,
con tu absurda existencia al desnudo:
«has visto tú qué linda soy dímelo chico»
pequeños senos duros rompeolas y el juego de las nalguitas:
«me canso en todo, menos en esto»
Y apruebo lo de mulata canela que te dicen, el relajo
ése de «óyeme, enfermona, tú,
que no somos de palo ni de hierro»
Vaya, como en cada una de tus condenadas historias
jálate también aquí una conga del carajo.

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