Me coso en este lugar, con la montaña,
con la neblina, con la guayaba.
Escribo con desgano, como si temiera
manchar el papel con torpes arrebatos
de una escritura torpe, coja, pero
mortalmente consciente.
¿Consciente? de su tercer ojo apagado,
de esa fibra roja que late ahora
deprisa, de esa mirada herida, de
esta falta de certezas y de no construir
para el cómodo salón, o para ganar
un terreno firme donde tarde o
temprano enseñará sus desconocidos,
sus deshilachados huecos,
sus cicatrices-señales.
Estar expuesta a lo que uno puede
decir al papel, de pronto el miedo
se lo traga todo e impide escribir,
es tan largo y aburrido el eterno
ceremonial de la escritura, que se ha
convertido en casi nada para mí,
una orden corporal, una voz, una
tinta que hay que gastar, hay
una necesidad de brincar en
mortal sobre el papel, al filo de
la página.
Yubirí Rosales
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