martes, 12 de octubre de 2010

José Barroeta. Campos de naipe y de conejos.

A Teresa
            
Bienvenida a mi boca
al astro de mi paladar
pequeña y grande abeja.
Conocida en pleno verano,
cuando lejos de mis amigos
huía a cádiz en busca de cristóbal
colón,
mi gran hermano del agua y del viento antiguos
que se aposentaban en mi carne como un millar de carabelas
recién disparadas a la tierra de gracia por las nubes.
Bienvenida, bienvenida mía,
a esa tierra prohibida durante siglos
por los teólogos, 
pero que mantuvo el reflujo del cielo doméstico
en mis ojos
mientras mi padre
         y
         mi
         madre
         hacían el amor en un lecho
                                  de rosas.
            
Bievenida
como los cometas que salen del paraíso,
que bajan como tú
alzando las manos semejantes al pavo real
que custodia la ruina delirante del santo de asís
en la niebla de oviedo.
            
Semejante tú
al vuelo del pájaro que asedia la atmósfera,
a la heridas rojas de mi país en el amanecer.
Bienvenida abeja
al cáliz del granado que cultivo para ninguna guerra.
Bienvenida a este mi país,
mi casa,
mi día de ayer y de hoy.
Bienvenida al fluir de los ríos,
al arca de noé,
al vientre de mis hijas, 
al poema de las praderas rojas, 
a la luz de la biblia,
a los campos de naipes y conejos.
Bienvenida porque soy un delirante 
que ando vestido de boscajes.
            
Bienvenida 
porque el día de verano deja olor a sirenas, 
a pastos de luna de málaga.
Yo soy el cofre:
me llaman el hijo de la copa de huesos de la 
                                      pandilla de lautréamont.

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