En los años ochenta ocurrió en Venezuela un proceso interesante en nuestra poesía. Desde los días de nuestro modernismo, habíamos cultivado asiduamente la poesía francesa, ello no quería decir que no se conocieran otros autores de otras lenguas, sino que era la poesía francesa la que, a través de los simbolistas y los surrealistas, parecía ofrecer la mejor posibilidad para acceder a la modernidad. Venezuela, después de la cultura hispana, poseía una gran influencia de la cultura francesa, y en nuestra afición por su poesía tenemos una prueba de esa realidad. Incluso a partir de los años cincuenta, la poesía venezolana se relanza con una aspiración de actualidad que asimilaba los logros de los poetas de vanguardia francesa y los poetas surgidos de ella, que intimaban procesos que los vanguardistas habían rechazado, es decir, los poetas franceses habían logrado abrir nuevas posibilidades expresivas con las vanguardias y, al mismo tiempo, habíase derivado de tales posibilidades una conciencia poética que encontraba necesario volver a principios que las vanguardias habían desechado. Así, los poetas posteriores a la primera guerra mundial comenzaron a transformarse y, hasta antes de la segunda guerra mundial, forjaron una contemporaneidad más amplia, donde los valores poéticos se reinventaban. Justamente desde los cuarenta y todos los cincuenta, la poesía venezolana asimiló rápidamente esas manifestaciones y pudo reinventar el legado hispánico clásico y moderno y el legado del simbolismo francés con nuevas posibilidades. Desde entonces la poesía venezolana sostuvo un desarrollo contínuo bajo la influencia francesa. Sin embargo, en los ochenta la poesía de habla inglesa se puso de moda, especialmente por la poesía conversacional, por la reinvención del modernism británico y por los poetas norteamericanos contemporáneos. En esa década yo estaba igualmente interesado en la poesía conversacional, aunque sin desmedro de la poesía francesa. En ese contexto, surgió el hallazgo de dos poetas de lengua alemana: Gottfried Benn y Hans Magnus Enzensberger. Este último había sido traducido al castellano en una antología titulada “Poesía para los que no leen poesía”.
En los ochentas, muchos poetas aprovecharon esa tendencia por la prosodia para decir unos disparates sobre la poesía que demostraban una pobre conciencia poética, sobre todo porque obviaban que la poesía conversacional, igualmente posee cualidades fundamentales de la poesía, como la musicalidad, ritmo, cadencia, imágenes y metaforización. No entendían que aunque la prosodia no respetaba la métrica absoluta, permitía variables métricas que dependían del sentido, pero articulaban cierta periodización de acentos que originaba una melodía y un ritmo particular. En realidad, Enzensberger logra mostrarnos las posibilidades de lo conversacional y nos da la impresión que lo hace desde la perspectiva no poética y consigue resultados poéticos. La poesía alemana, a pesar de que muchos de sus clásicos son conocidos, en los ochentas y aún hoy día, no tiene mucha relevancia. En aquellos días el contacto con Enzensberger me demostró que la poesía conversacional podía enarbolar imágenes crudas y carentes del brillo del esplendor de la musicalidad o de la metaforización, pero con el encanto de la condensación de la realidad. Creativo procedimiento de utilizar al sentido como imagen. Ironizar con lo evidente como si el carácter poético fuera un recibo de mensualidad o transacción de cajero automático.
Ricardo Chitty
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