Pixín
Abierta la trampa, dispuesto el señuelo,
aguardabas con el vientre en el fango:
punto de luz en la tinta abisal,
faro entre latas y botellas de champú,
lámpara roja en la puerta dentada de un burdel.
Morada final de sepias y calamares,
rey de las promesas luminosas y las estrellas sin brillo,
nunca pensaste que el fondo estaba arriba,
por encima de la espuma que se quiebra al sol.
Ahora el desgarro brutal del anzuelo
y el beso letal de la luz y del aire
invitan a la muerte a dormir en tus agallas.
En cubierta eres solo una mancha oscura,
una masa trémula, un precio por kilo:
carne delicada y firme como la del bogavante,
trofeo a exhibir sobre una almohada de hielo en el mercado.
La atmósfera azul te empapa de asfixia:
ya nunca más verás las nubes de cieno que levantan las anclas al morder la arena.
Cenizas
Celebro los proyectos abortados, la idea apenas concebida,
aniquilada en el instante que el aliento se condensa en el aire.
Canto a la novela proclamada a mandíbula batiente
en los enormes patios que sobrevuelan la noche caraqueña.
Celebro sus personajes mutilados, no natos,
delirios que se desangran en las espadas de la hierba.
Canto a la película muerta que flota sin rostro en el Canal de San Martin
Celebro su piel agujereada por la brasa de los cigarrillos,
su no dimensionalidad,
su ilustre inexistencia,
su lenta dilapidación en la arena del café.
Canto y celebro la imprenta fantasma,
el número cero, el fanzine ahogado en saliva,
el tóner que vuela en una brizna de viento,
el plan inconcluso, el sueño acribillado en
los bares de Greenpoint.
Por ellos nos aferramos a las alas de la noche.
Son los despojos del sacrificio, la grasa del cordero
que en las horas altas elevó las llamas,
la ceniza del fuego con que quisimos alumbrarnos.
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