No soy muy dado a leer novedades, aunque siempre estoy al tanto de los autores más leídos del momento y, parece mentira, lo hago para no leerlos. No es una presunción sino un hábito, siempre he leído como un investigador detectivesco. Mis mapas de lectura me obligan a transitar largos tramos y las novedades son como lugares de entretenimiento, en los que estoy sólo por momentos, pues cuán grande es el recorrido que me espera. No obstante, me he quedado detenido algunas veces, sobretodo cuando hago pausas leyendo al azar y, en este caso, fue J.M. Coetzee el elegido.
Hay algo en Coetzee que me impresiona y es su llaneza. La llaneza, en mi opinión, fue popularizada por los narradores norteamericanos del siglo XX: Salinger, Bukowski, John Cheever, Jane Bowles, entre otros. Sin embargo, la llaneza fue un logro de la novela francesa del siglo XIX. Sí, considero a Coetzee un heredero, por lo tanto, un cultivador de logros de dos grandes novelistas franceses; uno del siglo XIX, Stendhal, y otro del siglo XX, Albert Camus. Yo diría sobretodo por la llaneza, por la sobriedad del estilo y por su capacidad de desarrollar la historia con un sentido progresivo, donde se recurre a los clímax escénicos que le permiten desarrollar con más lujo de detalles las situaciones. Así, su parquedad al presentarnos la trama logra en esas escenas especialmente intensas dinamizar el ritmo de la narración. En realidad, tener esa capacidad de ser parco y dinámico sólo es posible en un diestro novelista. Yo destacaría que el riesgo de centrarse exclusivamente en lo indispensable no es una decisión fácil, pues no parece muy llamativo para el lector acostumbrado a las efectos.
Ahora, es un escritor surafricano que no parece utilizar lo local sino como una muestra de las condiciones del ser humano contemporáneo. Es una novelística con una visión surafricana de la vida contemporánea. Es una versión de nuestro mundo actual de un novelista surafricano, a través del arte de la novela. Su arte consiste en elaborar historias de el choque de nuestra visión de la vida y la cruda realidad que la condiciona, aunque desde la literatura, y es algo que reitero porque me impresiona el que sea, al mismo tiempo, tan literario. ¿Cómo puede darse el lujo de citar a poetas como parte de una vida rutinaria y automática? ¿Cómo logra contrastar lo abstracto del mundo poético y su relación con una crudeza a la que se asiste con indiferencia? Sus persanajes son como seres moribundos pero en plenas condiciones físicas y nos hacen pensar en una vida muerta, sin emociones, sin pasiones, como si no sintieran nada. Por momentos pareciera que eso ni siquiera importa. Sin embargo, cuán fácil resulta leerlo, cuán claros son sus diálogos, qué puntuales son sus descripciones, cómo se ajustan al conjunto novelesco y, al mismo tiempo, trasmiten un desencanto neutro. Una combinación poco usual pero representativa de esta vida donde no parecen existir posibilidades y donde en cualquier momento te encuentras en una situación traumática. En eso Coetzee es shakespereano, sobretodo en las escenas en que el personaje está en intimidad, o en un suceso violento, donde el autor utiliza una precisión policíaca que te marca, a modo de mostrarte esa condición del surafricano de vivir con la violencia a la vuelta de la esquina.
Todo ello sin ser un realista social, incluso hablar de realismo resulta secundario en el sentido de que es más importante cómo ha manejado la parquedad. Manejar esa sobriedad como una herramienta que engrana todos los elementos novelescos, lo hacen merecedor de nuestro más sincero elogio. La llaneza es muy popular en la novela contemporánea, sobre todo por géneros como el reportaje y la crónica, tan en boga en la cultura mass-mediática. Aunque yo les recomendaría a los novelistas que tomen como ejemplo a Coetzee y no a la crónica ni al reportaje. No tengo nada en contra de esos géneros pero prefiero a Coetzee para la llaneza, además de ser un autor que muestra lo local y lo internacional con sus contrastes y sus semejanzas. Como si la exigencia estuviera en todas partes, de hecho es así, pero sin estridencias de queja, es más, la lamentación no es el centro de su novelística: incluso su novela Desgracia nos impresiona más a nosotros que al personaje, que es violada. Ella lo acepta como parte del envoltorio, debe colocarle a todo un velo de "así son las cosas", "así es la vida nuestra". Precisamente, la manera de aceptar la realidad es lo patético. La desgracia no es la pérdida del empleo en la universidad por una chicuela, sino el hecho de que no importe. Es como si se tratara de un gaje del oficio de vivir. Esta neutralidad emocional en el personaje es realmente la desgracia mayor, es decir, la vida es un hospedaje de paso y aún utilizando escenas dramáticas, el personaje no es dramático, es más bien apático e indiferente ¿Es ése el nuevo héroe contemporáneo de la novela? Quizá Coetzee nos esté diciendo que la verdadera desgracia es la indiferencia. Ha logrado señalar el sentido general de nuestra civilización contemporánea, utilizando los recursos novelescos sin efectismos ni presunciones esteticistas, sí estéticas, por la manera de otorgarle su carácter personal. Cuidado, se trata de un artista de la novela y de la mejor estirpe, aquél que sabe usar sus recursos, no un simple comunicador de sucesos.
Hay algo en Coetzee que me impresiona y es su llaneza. La llaneza, en mi opinión, fue popularizada por los narradores norteamericanos del siglo XX: Salinger, Bukowski, John Cheever, Jane Bowles, entre otros. Sin embargo, la llaneza fue un logro de la novela francesa del siglo XIX. Sí, considero a Coetzee un heredero, por lo tanto, un cultivador de logros de dos grandes novelistas franceses; uno del siglo XIX, Stendhal, y otro del siglo XX, Albert Camus. Yo diría sobretodo por la llaneza, por la sobriedad del estilo y por su capacidad de desarrollar la historia con un sentido progresivo, donde se recurre a los clímax escénicos que le permiten desarrollar con más lujo de detalles las situaciones. Así, su parquedad al presentarnos la trama logra en esas escenas especialmente intensas dinamizar el ritmo de la narración. En realidad, tener esa capacidad de ser parco y dinámico sólo es posible en un diestro novelista. Yo destacaría que el riesgo de centrarse exclusivamente en lo indispensable no es una decisión fácil, pues no parece muy llamativo para el lector acostumbrado a las efectos.
Ahora, es un escritor surafricano que no parece utilizar lo local sino como una muestra de las condiciones del ser humano contemporáneo. Es una novelística con una visión surafricana de la vida contemporánea. Es una versión de nuestro mundo actual de un novelista surafricano, a través del arte de la novela. Su arte consiste en elaborar historias de el choque de nuestra visión de la vida y la cruda realidad que la condiciona, aunque desde la literatura, y es algo que reitero porque me impresiona el que sea, al mismo tiempo, tan literario. ¿Cómo puede darse el lujo de citar a poetas como parte de una vida rutinaria y automática? ¿Cómo logra contrastar lo abstracto del mundo poético y su relación con una crudeza a la que se asiste con indiferencia? Sus persanajes son como seres moribundos pero en plenas condiciones físicas y nos hacen pensar en una vida muerta, sin emociones, sin pasiones, como si no sintieran nada. Por momentos pareciera que eso ni siquiera importa. Sin embargo, cuán fácil resulta leerlo, cuán claros son sus diálogos, qué puntuales son sus descripciones, cómo se ajustan al conjunto novelesco y, al mismo tiempo, trasmiten un desencanto neutro. Una combinación poco usual pero representativa de esta vida donde no parecen existir posibilidades y donde en cualquier momento te encuentras en una situación traumática. En eso Coetzee es shakespereano, sobretodo en las escenas en que el personaje está en intimidad, o en un suceso violento, donde el autor utiliza una precisión policíaca que te marca, a modo de mostrarte esa condición del surafricano de vivir con la violencia a la vuelta de la esquina.
Todo ello sin ser un realista social, incluso hablar de realismo resulta secundario en el sentido de que es más importante cómo ha manejado la parquedad. Manejar esa sobriedad como una herramienta que engrana todos los elementos novelescos, lo hacen merecedor de nuestro más sincero elogio. La llaneza es muy popular en la novela contemporánea, sobre todo por géneros como el reportaje y la crónica, tan en boga en la cultura mass-mediática. Aunque yo les recomendaría a los novelistas que tomen como ejemplo a Coetzee y no a la crónica ni al reportaje. No tengo nada en contra de esos géneros pero prefiero a Coetzee para la llaneza, además de ser un autor que muestra lo local y lo internacional con sus contrastes y sus semejanzas. Como si la exigencia estuviera en todas partes, de hecho es así, pero sin estridencias de queja, es más, la lamentación no es el centro de su novelística: incluso su novela Desgracia nos impresiona más a nosotros que al personaje, que es violada. Ella lo acepta como parte del envoltorio, debe colocarle a todo un velo de "así son las cosas", "así es la vida nuestra". Precisamente, la manera de aceptar la realidad es lo patético. La desgracia no es la pérdida del empleo en la universidad por una chicuela, sino el hecho de que no importe. Es como si se tratara de un gaje del oficio de vivir. Esta neutralidad emocional en el personaje es realmente la desgracia mayor, es decir, la vida es un hospedaje de paso y aún utilizando escenas dramáticas, el personaje no es dramático, es más bien apático e indiferente ¿Es ése el nuevo héroe contemporáneo de la novela? Quizá Coetzee nos esté diciendo que la verdadera desgracia es la indiferencia. Ha logrado señalar el sentido general de nuestra civilización contemporánea, utilizando los recursos novelescos sin efectismos ni presunciones esteticistas, sí estéticas, por la manera de otorgarle su carácter personal. Cuidado, se trata de un artista de la novela y de la mejor estirpe, aquél que sabe usar sus recursos, no un simple comunicador de sucesos.
Ricardo Chitty
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