lunes, 18 de mayo de 2009

Elías Canetti, fragmentos de: “La desconfianza en la posteridad", 1956.


Stendhal ha llegado a ser tan importante, que cada cinco o seis meses regreso a sus páginas. No me refiero a una obra en especial, sino a frases que conservan su respiración. A veces leo veinte o treinta páginas y creo que viviré eternamente. Tengo frente a mí todas sus obras y, con un terror increíble, me digo que Stendhal murió a los cincuenta y nueve años. Stendhal tenía la cabeza llena con cosas de la "cultura": pinturas, libros, música. Muchas han llegado a ser tan importantes para mí como lo eran para él. Más todavía: me resultan indiferentes o repugnantes y dulces, pero lo importante es sólo la manera en que Stendhal se llenaba de esos temas. De cualquier cosa obtiene algo que se parece a él.
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La desventaja de las religiones: siempre hablan de las mismas cosas. Acaso ésta sea una de las razones por las que espíritus tan vivos como Stendhal nunca quisieron escuchar nada de religión.
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Stendhal nunca fue mi Biblia, pero fue mi redentor entre los escritores. Nunca leí sus obras completas, ni se me transformó en una obsesión. Pero no leí nada de él sin sentirme claro y ligero. Nunca fue mi ley, pero fue mi libertad. Cuando estaba a punto de ahogarme, encontré en él mi libertad. Le debo más que a todos los que me influyeron. Sin Cervantes, sin Gogol, sin Dostoievsky, sin Büchner yo no sería nada: un espíritu sin fuego ni contornos. Pero he podido vivir porque existe Stendhal. Él es mi justificación y mi amor a la vida.
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Los sistemas conceptuales me interesan tan poco que a los cincuenta y cuatro años no he leído seriamente ni a Aristóteles ni a Hegel. No sólo me son indiferentes: desconfío de ellos. No puedo aceptar que, antes de haberlo conocido, el mundo les haya parecido descifrable. Cuanto más riguroso y consecuente su pensamiento, tanto más grande la deformación del mundo que construyeron. En realidad, quiero ver y pensar de nuevo. No hay en esta actitud tanta soberbia como pudiera creerse, sino una pasión indestructible por el hombre, una fe creciente en su riqueza.
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Los diarios de Pavese: todas las cosas que me ocupan cristalizan en esas páginas de otro modo. ¡Qué dicha! ¡Qué liberación! La preparación de su muerte: nunca abusó de ella, nunca la magnificó. Su muerte parece como un acto natural, pero ninguna muerte es natural. Pavese mantiene su muerte como un acto privado, nunca es ejemplar. Nadie quiere matarse porque Pavese se mató. Y sin embargo ayer por la noche, cuando quise morir en mi más profunda humillación, volví a las páginas de sus diarios y él murió por mí. Es difícil creerlo: por su muerte yo nací hoy de nuevo. Podría seguir la pista de este acontecimiento misterioso. Pero no quiero hacerlo. No quiero tocarlo. Quiero ocultarlo.

2 comentarios:

  1. Elías Canetti, alemán, premio Nobel. Uno de los espíritus más sólidos del siglo XX. Su amor por Stendhal es casi cercano al desprecio, quizás en su preocupación esté la mía también, como joven me socava la obra de tantos con tanto... Rimbaud, Gelindo Casasola, José Javier León, Rainier Petit, ... Yo tan poco...

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